Ciertamente la naturaleza encuentra en mí un espectador ávido y ferviente. Pero la cuidad, soy yo. Buenos Aires, soy yo.
En la ciudad abandono esa actitud contemplativa para convertirme en parte de ella.
Una y otra vez transito las mismas calles, los mismos barrios, el mismo camino, el mismo recorrido. Una y otra vez; siempre igual y, a la vez, siempre distinto.
La ciudad muta, late, se transforma aún sin ella quererlo o nosotros notarlo. Y yo soy parte de ella.
Me adentro en sus cañadones de enormes y vidriados edificios. Me hundo en interminables filas de soberbios camiones. Retrocedo ante poderosos y petulantes colectivos. Compito con sus insolentes taxis. Buenos Aires me toma y me hace ser partícipe de su locura, de sus deseos.
Todos fluimos. Todos somos parte de una misma marea urbana. Ascendemos, descendemos, avanzamos, nos detenemos, gravitamos al ritmo del deseo caprichoso de los petulantes semáforos que crean un continuo ciclo que día a día, una y otra vez, se repite con incesante convicción.
Una y otra vez; siempre igual y siempre distinta. Buenos Aires.
Liz Eszter